Alfonso Carrillo (arzobispo de Toledo)

Isabel la Católica. La forja de una Reina. Parte XVIII.

 “Yo por la presente desde agora me obligo dar tales saneamientos que vuestra alteza se deba tener por bien contento y seguro del cumplimiento de mis promesas y obedientes ofrecimientos y de la obediencia quel dicho Principe de Aragón debe y entiende prestar á vuestra señoría, si le quesiere recebir por obediente fijo: y ofrezco mi voluntad y propósito de obedecer vuestros reales mandamientos así como de Señor y mayor hermano, á quien por padre y Señor tengo y propongo tener, cuya vida y real estado Dios luengos tiempos conserve y prospere.

De la noble villa de Valladolid á iix dias del mes de setiembre, año del nascimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mcccclxix años”.

Párrafo final de la carta que Isabel la Católica escribe en Valladolid a su hermano exponiéndole los motivos de su salida de la Corte en Ocaña y su decisión de contraer matrimonio con el Príncipe de Aragón.

 Como narraba al final del capítulo anterior, una vez los contrayentes se encontraban, por fin, sanos y salvos en Valladolid, quedaban aun dos asuntos pendientes por concluir, la justificación al rey de la conducta de Isabel en los últimos meses y la bula papal necesaria para contraer matrimonio. 

         Comencemos por el primero de ellos. ¿Necesitaba verdaderamente Isabel justificarse ante su hermano?. Sin duda alguna. Isabel era una mujer con una personalidad ya formada y bien definida pese a tener solo dieciocho años de edad y dentro de esa personalidad uno de los rasgos que más la marcaban era su extraordinaria fe. Esta fe se consumaba en unas amplias convicciones morales que marcaron muchas de las decisiones de su reinado. Isabel, consideraba que era Dios quien le indicaba el camino al trono de Castilla, la muerte de su hermano había sido dolorosa, sin duda el mayor impacto emocional que había sufrido aquella joven princesa en toda su vida, pero su muerte era voluntad de Dios pues el deseo divino no era otro que la reina de Castilla fuera Isabel. Pero Isabel consideraba que no debía ser reina a cualquier precio, ella quiso respetar a su hermano como rey, pues por derecho divino y por derecho castellano como primogénito de su padre común sólo a él le correspondía ser rey de Castilla. De ahí que Isabel no quisiera nunca proclamarse reina de Castilla en vida de Enrique, a diferencia de lo que hizo su hermano.

         Sin embargo, los acuerdos de Guisando suponían no sólo reconocer a Enrique como legítimo rey de Castilla, sino que contenían también una cláusula de obediencia al monarca. Isabel había jurado al rey que no trataría nada de lo concerniente a su matrimonio hasta que el rey tornara a Ocaña desde Andalucía. Y ese juramento había sido roto. La moral cristiana de Isabel necesitaba su justificación. 

         Pero tampoco seamos demasiado inocentes. La justificación ante el rey también respondía a motivos políticos. Era necesaria una exculpación pública de la Princesa ante sus súbditos y ante la poderosa nobleza castellana, pues parte de ella era leal a Enrique e Isabel no deseaba reavivar de nuevo un conflicto sucesorio que tiñera de sangre las tierras castellanas.

         Y de este modo, en Valladolid, Isabel reunió una poderosa secretaría que redactaría una carta al rey en la que se expondrían los alegatos que respaldarían los actos de la Princesa desde su partida de Ocaña hasta su llegada a Valladolid. Esta secretaría estaba formada por seis personas: Gutierre de Cárdenas, Gonzalo Chacón, Alfonso de Palencia, Fernando Núñez, Alfonso de Quintanilla y Rodríguez de Lillo. Y como no podía ser de otra forma, de un elenco de personas con talento sólo podía salir un documento de una más que notoria inteligencia política. Ese documento es una carta de Isabel dirigida a su hermano Enrique y fechada el 8 de Septiembre de 1469 en Valladolid

         Como hice en un capítulo anterior con las Capitulaciones de Cervera voy a analizar punto por punto el contenido del documento pues considero que su trascendencia lo merece. No podemos obviar que el círculo íntimo de Isabel deseaba plasmar por escrito y tener así una justificación documental de los razonamientos que sustentaban las decisiones y los actos de la Princesa en los últimos meses, pues gran parte de la nobleza se mantenía fiel a Enrique y el incumplimiento de lo acordado en Guisando era más factible recriminarlo a Isabel que a Enrique. Ese déficit argumental era necesario contrarrestarlo y los hábiles consejeros de la princesa actuaron con celeridad y cierta brillantez.

         La carta comienza con dos reconocimientos, el primero al propio Enrique al que reconoce como poderoso rey de Castilla, una adjetivación un tanto forzada que denota que la intención de la carta era agradar a su hermano en las primeras líneas de la misiva a fin de que le fuere más fácil de digerir lo que a continuación exponía Isabel. Cierto. Porque el segundo reconocimiento que se hace en el preámbulo de la carta es propio, es decir, Isabel escribe, que, tras la muerte de su mutuo hermano Alfonso (sí, hermano, porque me canso de escuchar a historiadores hablar de que Isabel y Alfonso eran hermanastros de Enrique, cuando eran hermanos de sangre pues los tres compartían el mismo padre por lo que el término de hermanastros es, cuando menos, desacertado) bien podía haber retomado los deseos del bando Alfonsino y continuar la guerra civil que durante varios años sacudió Castilla pero que no siendo ese su deseo y siendo consciente de su derecho de sucesión a la muerte del rey opta por no continuar con la lucha armada y pacificar el reino.

         Muy alto Príncipe y muy poderoso Rey y Señor. Bien sabe vuestraseñoría como después que el muy ilustre Rey don Alonso, hermano devuestra señoría y mió pasó desta presente vida, y algunos de los Grandes,Perlados y caballeros que lo avian servido y seguido, quedaron en mi servicio en la cibdad de Avila, y yo podiera continuar el título y posesión que el dicho Rey don Alonso mi hermano ante de su muerte avia conseguido: pero por el muy grande y verdadero amor que yo siempre ove y tengo á vuestro servicio y real persona y al bien y paz y sosiego, destos vuestros regnosy señoríos, y sentiendo que vuestra alteza deseaba que las guerras y escándalos y peligrosos movimientos y muchas turbaciones se pacificasen y acordadamente se compusiesen, quise posponer todo lo que parescia aparejo de mi sublimación y mayor señorío y poderío por condescender á la vountad y disposición de vuestra escelencia: la cual, asimismo, conociendo que la sucesión verdadera de todos los dichos vuestros regnos pertenecia y pertenece á mí como legítima sucesora y heredera dellos, y después de los días de vuestra señoría que Dios muchos tiempos conserve y acresciente….”.

         La carta, por tanto, comienza con el reconocimiento expreso de la legitimidad de Enrique como rey, lo que aparta a Isabel de la rebelión nobiliaria que utilizó a su desafortunado hermano, y este es un punto muy importante pues Isabel, toma la decisión de rodearse de gente capaz y de gente que tome unas decisiones sensatas, pues, la perspectiva de los años recientemente pasados, arrojan una visión de su hermano un tanto desoladora. Isabel es consciente de que su hermano fue un pobre niño utilizado por unos nobles resentidos y/o ansiosos de poder y ella no va a permitir eso por dos cuestiones fundamentales, la primera por su carácter y la segunda por su moral cristiana. Isabel es una mujer de voluntad propia y además es una mujer que entiende que debe de hacer en todo lo momento lo correcto y lo mejor para Castilla y conjugando estos principios y valorando los consejos de sus leales va a tomar las sucesivas decisiones que la llevaran a coronarse reina de Castilla dos años más tarde.

         Isabel, recalca su condición de legítima heredera al trono de Castilla en función de lo acordado en Guisando y ratificado, no sólo por las dos partes, sino también por el propio legado del Para, nobles y caballeros del reino y representantes de reinos extranjeros, es decir, intenta dar un carácter universal a su reconocimiento como Princesa de Asturias y lo hace intentando paliar el defecto formal que en aquella fecha padecía ese nombramiento, pues el mismo no había sido aun ratificado en Cortes

         “….Las acordadas y fechas entre Cadahalso y Cebreros donde vuestra magestad personalmente quiso venir y yo vine, entreveniendo el Obispo de León, Nuncio apostólico, y con poderío de Legado de nuestro muy santo Padre, y en presencia de muchos Grandes, Perlados y caballeros ya por mi mandado conformados y venidos allí á vuestro servicio y obediencia por actos públicos y escrituras patentes, y fué ende publicado y pronunciado por todos vuestros regnos, y asimesmo en corte romana y por otros regnos estrangeros y partes diversas de la cristiandad pertenecerme la dicha legítima sucesión…”

         Una vez sentado estos dos pilares del reino, es decir, Rey y Princesa sucesora. Isabel pasa directamente a la exposición del argumentario que va a sustentar su decisión de contraer matrimonio con el Príncipe de Aragón. Isabel reconoce los cuatro ofrecimientos matrimoniales que tuvo desde Guisando, el matrimonio con el rey de Portugal, el matrimonio con el Príncipe de Aragón, el matrimonio con el hermano del rey de Francia y el matrimonio con el rey de Inglaterra. Isabel era, por tanto, la Princesa de Europa, sin duda alguna y ella reconoce que el acuerdo en Guisando fue el de contraer matrimonio de la forma más urgente posible, pero introduce un condicionante de una forma muy hábil. Si bien es cierto que la boda de la Princesa no debía de demorarse, no es menos cierto, que la formalización de la boda debía de llevarse a cabo conforme al derecho castellano y sus costumbres. Se introduce así un fundamento legal de cierto peso, pues, un hecho notorio era que no se había consultado a la nobleza y a los caballeros castellanos a la hora de elegir ninguno de los cuatro pretendientes a la mano de Isabel.

         “..acordado por vuestra señoría y por los Grandes, Perlados y Caballeros de su corte y muy alto consejo que según las leyes y ordenanzas destos regnos, se viese con diligencia qual matrimonio de quatro que a una sazón se movían, del Príncipe de Aragón,Rey de Secilia y del Rey dé Portugal y del Duque de Berri y del hermano del Rey de Inglaterra paresciese mas lionroso á vuestra corona real y mas complidero á la pacificación y ensanchamiento dé los dichos vuestros regnos, y se conosciese en todo ser mas conforme ; y como quiera que la calidad de tan alto negocio requiriese juntamente con la presteza la observación de las leyes y ordenamientos destos vuestros regnos….”

         Esta última frase, en la que se declara que la calidad de tan alto negocio requería además de la presteza en llevarlo a cabo, el respeto a las leyes y costumbres castellanas, es de una gran habilidad política pues reviste de un barniz legal el fundamento del incumplimiento de Isabel de lo acordado en Guisando con su hermano. Es decir, sí, se acordó que la boda debía de llevarse a cabo con celeridad, pero esas prisas no justificaban que no se respetasen los usos y costumbres castellanos. Boda sí, pero no a cualquier precio ni de cualquier forma, era lo que Isabel quería hacer llegar a  partidarios y detractores, y seguramente, además, su visión en justificarse iba más allá, pues era consciente de que su camino al trono era guiado por la Providencia y sus pasos, por tanto, debían de sustentarse de sólido respaldo moral.

         Pero Isabel ya pasa al ataque y comienza con el primer reproche a su hermano. La carta continua así…..

         “.. y no solamente dió lugar vuestra magestad á la dilación y quebrantamiento de las cosas á mí prometidas en las escrituras y actos públicos solemnizados y corroborados…”

         Isabel acusa al rey aquí de demorar el cumplimiento de lo acordado en Guisando refiriéndose claramente a la ratificación en Cortes de su nombramiento como Princesa de Asturias y legítima sucesora del reino de Castilla.

         Pero Isabel continúa con los reproches, que van subiendo de intensidad……

         “….y mas aun vuestra alteza sin ser consultado con los Grandes de vuestros regnos, segund que yo lo pedia y pedí, y sin intervenir en la tal consulta y acuerdo los procuradores de las grandes cibdades y provincias sugetas á vuestra real corona, olvidado todo lo provechoso y honroso por consentir el acuerdo partícular de algunos en vuestras mensajerías al regno de Portugal que diesen esperanza y añadiesen confianza que se aceptaría el casamiento del Rey de Portugal mi primo, yo esperando que antes de su parte fuese movido y procurado segund la razón quería, y venida su embajada sin tenerse la forma conveniente, y algunos procuradores de cibdades y provincias que por mandamiento de vuestra señoría eran llamados y venidos á vuestra corte, fueron requeridos y amonestados, y teniéndolos encerrados y apremiados en un cierto lugar, usando con ellos de ciertas amenazas, porque viniesen en el acuerdo y consentimiento del dicho matrimonio……..”

         La acusación a su hermano no puede ser más grave. Le imputa no solamente el pactar su matrimonio con el rey de Portugal sin tener en cuenta la opinión de los nobles y caballeros castellanos si no el de hacerlo en base a los intereses de algunos particulares (en clara alusión a Juan Pacheco) y el hacerlo sometiendo a coacción a algunos nobles castellanos (se acusa a Enrique de tenerlos encerrados a fin de ablandar su consentimiento) y hasta incluso de no respetar las formas con la embajada portuguesa que a yal fin se desplazó a Castilla. No olvidemos en este punto, que es un hecho constatado que la embajada portuguesa fue alojada en Ciempozuelos y que durante su estancia se la estuvo constantemente dando excusas para argumentar la dilación en la concreción de un matrimonio, que nada más firmar en Guisando se les había dado ya por seguro. Y en verdad todo ello aconteció así. Enrique y Pacheco, tras Guisando comprometieron a la Princesa con el rey de Portugal dando por seguro un matrimonio que alejaría a Isabel de Castilla…… pero no contaban con que aquella jovencita fuera capaz de desobedecer a su rey.

         Tras estas dos primeras acusaciones, Isabel comienza a argumentar su conducta……

         “…de lo qual procedió que yo así como sola y enagenada de la justa y debida libertad y del tenor de mi franco alvedrío que en negocio matrimonial después de la gracia de Dios principalmente se requiere, secretamente hiciese sabidores á los Grandes, Perlados y caballeros vuestros subditos y naturales ganosos de servicio de Dios y vuestro y del honor y gloria y engrandescimiento destos regnos, significándoles las formas conmigo tenidas y demandándoles su leal parescer, segund el qual diesen su voto y declarasen lo que mejor y mas complidero les paresciese. A la qual requésta respondieron y denunciaron muchas causas notorias, porque en manera alguna no complia al bien de los dichos vuestros regnos él casamientodé Portugal, esclúdiendo loqué se movía de Francia, segund mas largamente en sus respuestas se contiene,y conformes del todo loaron y aprobaron el matrimonio del Príncipe de Aragón, Rey de Sicilia”

         Isabel es clara. Confinada en Ocaña (podríamos definirlo en términos actuales como en una especie de libertad vigilada) no se la reconocía el derecho a que su pretendiente tuviese la aprobación de los nobles y caballeros castellanos, y ella exigía, además, su propio consentimiento al matrimonio propuesto. Ello la movió a buscar el consejo secreto de la nobleza castellana y caballeros castellanos que eligieron como justo pretendiente a Fernando de Aragón. 

La exposición argumental de Isabel es muy clara y concisa, no se la había jurado en Cortes como Princesa de Asturias, se la había buscado un pretendiente que no era de su agrado y dicho pretendiente no gozaba de la aprobación de los representantes del pueblo de Castilla, que, adicionalmente, habían considerado como el más idóneo al Príncipe Fernando de Aragón.

         Pero Isabel no se detiene aquí en sus acusaciones al rey y mayormente a Juan Pacheco……

        los que procuraban lo que conoscian ser siniestro á vuestro servicio y al bien y honor destos regnos, cuyos deseos mas sé manifestaron quando ya visto el consentimiento y descontentamiento de vuestros subditos y naturales, y conoscidas las fuerzas de la razón repugnantes á su deseo, mostraron trocar su primer acuerdo teniendo manera que vuestra alteza diese placientes orejas á la embajada francesa, no se queriendo ellos revocar de semejante solicitud por alguna de muchas razones manifiestas a los deseos de vuestro servicio y del bien y honor dé vuestra corona y regnos, cuyo deseo es que yo no case en partes tan lejanas de mi naturaleza: diciendo asimesmo qüe quantoquier sea el Duque de Bérri escelente y muy noble Príncipe, pero que su advenidero ensalzamiento á la posesión de la corona de Francia principalmente allegado por los qué eldicho matrimonio introducían, es dudoso por las causas en sus votos mas largamente espresas, y aunque el caso adujese la sucesión del regno al dicho Duque de Berri mostrarían inconvenientes por la principalidad y mayoría del titulo que los franceses á Francia otorgarían, teniendo á estos vuestros muy notables regnos y grandes señoríos por provincia sufraganá”

         El argumento de Isabel es inapelable. Acusa al entorno de Enrique  de dar tumbos en su obsesión por casarla y alejarla de Castilla sin tener en cuenta los intereses del reino. El ofrecimiento del matrimonio con el Duque de Berry es fiel muestra de ello, pus desechado el primer pretendiente, el rey de Portugal, sin solución de continuidad, se le propone o mejor dicho se le impone a Isabel el matrimonio con el hermano del rey de Francia Luis XI, exponiéndole las virtudes y excelencias del duque francés y su más segura llegada al trono al carecer en aquel momento el monarca francés de descendiente varón. Isabel no es tibia en desmontar el débil sustento de la oferta, pues, en primer lugar, la llegada del Duque de Berry al trono francés no era más que una mera hipótesis ( que la propia historia corroboró al año siguiente al nacer Carlos, hijo varón del rey de Francia que heredaría el trono a la muerte de Luis XI) y en segundo lugar, porque Isabel pone de manifiesto que aunque casara con el futuro rey de Francia Castilla perdería su identidad propia como reino y pasaría a ser una mera provincia más del reino francés.

         Pero Isabel, como un peso pesado del boxeo, sigue castigando el hígado de Juan Pacheco, acusándole poco menos que de ser un traidor al reino en su afán de casarla con el francés……

         “…y no menos les paresció ser muy peligroso á vuestros regnos, segund que de verdad se conosce, el favor que se ha procurado dar á los franceses contra el muy ilustre Rey de Aragón, vuestro tio y mió para que ocupen y aquisten sus señoríos Considerando los males y daños que de la tal ocupación se podrían recebir, segund el grande poderío que se les añaderia y segund la cercanía que ternian á las provinciales partes de vuestros regnos, allende del aviltamiénto que a vuestra real prosapia intervernia, ocupándose por nación estrangéra los señoríos poseídos de Reyes, vuestros tan cercanos parientes, cuyos progenitores fueron asimesmo progenitores de vuestra señoría y mios á los quales han porfiado y antes de agora y al presente porfían hacer ágenos y adversaríos algunas personas no ganosas de la gloria de vuestra corona, nin deseosas de vuestro servicio y de la paz y sosiego de los dichos vuestros regnos y señoríos”

         Y tenía toda la razón Isabel, el matrimonio con el Duque de Berry y la posible anexión de Castilla a la corona de Francia hubiera supuesto no sólo una traición a la historia de ambos reinos peninsulares sino una inmediata declaración de guerra entre Castilla y Aragón que habría desangrado a los dos reinos peninsulares ante la atenta mirada de rey de Francia expectante en hacerse con los despojos de los reinos peninsulares y someterlos como una provincia más del reino francés. Es curioso como esta amenaza francesa fue hábilmente visionada por Isabel en 1469 pero no por la monarquía española de principios del siglo XIX, que ya tenía un claro antecedente de la intención depredadora que siempre tuvo Francia con los reinos españoles.

         Acabados, de momento, los reproches, Isabel pasa a exponer las ventajas del matrimonio por ella elegido…….

         “ Y muy alto Rey y Señor, vistas las respuestas y leales votos en uno conformes de muchos Grandes, Perlados y caballeros deseosos del servicio de Dios y vuestro y del bien y honor y ensanchamiento de estos dichos vuestros regnos, y conoscida la verdad de sus razones por ellos segund dicho es, asignadas cerca de la conformidad mas honrosa y provechosa del casamiento del Rey de Sicilia, considerada la edad y unidad de nuestra antigua progenie, y lo que se añadiria a la Corona destos vuestros regnos por causa del tal matrimonio a los merecicimientos muy claros del Rey don Fernán do de Aragón, abuelo del dicho Príncipe y Rey de Sicilia y hermano del muy esclarescido Rey de gloriosa memoria don Enrique, abuelo de vuestra señoría y mío, cuya postrimera voluntad expresa en su testamento fué que siempre se continuase nuevas conesiones matrimoniales con los descendientes por línea recta del dicho Rey don Fernando su hermano y otras cosas muchas aquí no expresas, yó oviera manifestado mi conforme parecer á vuestra magestad como hermana menor y obediente fija, deseosa de Vuestro servicio y de Verdadera paz y tranquilidad a estos vuestros regnos….”.

         Inapelable también el argumento de Isabel en la elección de Fernando de Aragón como esposo, pues, en primer lugar, afirma que era el candidato preferido de nobles y caballeros castellanos, y lo era porque territorialmente era la unión más inteligente para ambos reinos, pues fortalecería la unidad peninsular frente al antedicho peligro francés y la creciente importancia del reino de Portugal acrecentada por sus expediciones marítimas, y en segundo lugar porque se trataba de un pretendiente similar en edad y cuyas antepasados eran comunes. Fernando era el pretendiente elegido por Isabel y antes de manifestar su elección, había desvirtuado con enorme firmeza las dos proposiciones matrimoniales que Enrique y Pacheco había pretendido imponer.

         Pero quedaba ahora probar la conducta de Enrique y Pacheco, pues expuesto que sus pretendientes lo eran no en claro perjuicio de la persona de la Princesa sino del propio reino, lo que Isabel y su consejo quisieron dar a conocer fueron los actos concretos e innobles para tratar de forzar la voluntad de la Princesa……

         “Asimesmo porque de la venida del Cardenal Atrebatense y del Arzobispo de Sevilla que por consentimiento y mandado de vuestra alteza vinieron á la villa del Madrigal donde yo era, pude mejorconoscer que vuestra señoría por complacer á personas non ganosas del engrandescimiento destos vuestros regnos y de la gloria de vuestra corona real, qualquier otro casamiento menos provechoso ha mostrado desear que se concluyese porque se desatase el matrimonio del dicho Príncipe y Rey de Sicilia tan cumplidero y honroso como dicho es: lo qual fué mas manifiesto por ausentarse secreta y abscondidamente algunas damas, mis criadas y servidoras que ya conoscian el intento de vuestra alteza, y sabian comovuestra señoría daba orden que yo fuese presa y enagenada de mi libertad segund paresció por algunas cartas mensageras que vinieron á minoticia, y por la carta patente que vuestra alteza mandó enviar al concejo de la villa de Madrigal, mandando que me detuviesen y apremiasen, segund que por la dicha carta original mas largamente se puede ver y saber”.

         Isabel, ya no sólo argumenta, sino que está en posesión de la carta manuscrita que el rey envía a Madrigal ordenando el apresamiento de la Princesa. ¿Como llegó esta carta a poder de Isabel?. Ya narré en capítulos anteriores como el arzobispo de Sevilla era más devoto de las mujeres que de las oraciones y que dicha afición incompatible con su ministerio ya había perjudicado al rey en la villa de Alaejos en donde la reina Juana quedó embarazada, no sin antes sufrir el acoso del propio Arzobispo. Y en  Madrigal no fue distinto, pues enviado allí para vigilar los movimientos de Isabel cometió la torpeza de llevarse a Beatriz de Bobadilla en un vano intento de galantearla que sólo sirvió para la interceptación del correo real que daba a Isabel la prueba por escrito del inadecuado comportamiento del rey para con su hermana.

         El intento de secuestro de la Princesa legitima la ayuda militar por ella solicitada y que se concretó principalmente en la rápida y decisiva intervención de Arzobispo de Toledo. No quería Isabel dejar puntadas sin hilo en su misiva y necesitaba justificar la intervención militar, sin derramamiento de sangre alguno, pero que en un futuro próximo bien podría utilizarse por Enrique y Pacheco como un casus belli……..

         “ Por lo qual me fué necesarjo enviar por el muy reverendo en Cristo padre don Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, Primado de las Españás para que viniese luego do quier que yo fuese ;y en tanto por escusar la dicha opresión y enagenamiento de mi debida libertad mandé venir algunas gentes del Almirante mi tío que estaban mas cerca: y como quiera que yo probé si dentro de la dicha villa de Madrigal seria recebido el dicho Arzobispo hasta que notificase á vuestra alteza mi justo temor y las querellas que debían usar por las formas que vuestra alteza mandaba conmigo tener segund dicho es, nunca se pudo hacer que allí fuese recebido: y por quitarlos miedos que algunos cautelosamente ponían a los vecinos de la dicha villa, yo me partí dende y me fui á Hontíveros….”.

         Isabel concluye su carta al rey con un último reproche, los insultos y la usurpación de la villa de Arévalo en donde residía la reina viuda sobre los que pide inmediato remedio. 

         La despedida de la carta recoge el espíritu cordial con la que comenzaba, pues promete al rey la obediencia del Príncipe de Aragón si consiente su matrimonio con la Princesa de Asturias. Desconozco si verdaderamente Isabel albergaba esperanza alguna de que el rey accediese al matrimonio propuesto. Bien es verdad que no había ya candidatos para Isabel y que quizás Enrique estaba desconcertado en aquel momento por lo que puede que esa fuera la verdadera intención de las últimas líneas de la carta, o quizás la intención de esa forzada cordialidad no tuviese finalidad distinta a la de simplemente aparentar un deseo de otorgar una paz duradera al reino después de tantos años de intrigas y escándalos……

        yo por la presente desde agora me obligo dar tales saneamientosque vuestra alteza se deba tener por bien contento y seguro del cumplimiento de mis promesas y obedientes ofrecimientos y de la obediencia quel dicho Principe de Aragón debe y entiende prestar á vuestra señoría, si le quesiere recebir por obediente fijo: y ofrezco mi voluntad y propósito de obedecer vuestros reales mandamientos así como de Señor y mayor hermano, á quien por padre y Señor tengo y propongo tener, cuya vida y real estado Dios luengos tiempos conserve y prospere.

De la noble villa de Valladolid á iix dias del mesde setiembre, año del nascimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mcccclxix años”.

         La carta de Isabel a su hermano Enrique considero que constituye una justificación documental más que suficiente de la conducta de la entonces Princesa de Asturias, pues pone de manifiesto su inquebrantable deseo de contraer matrimonio con quien ella elija ( y aquí el lector que se olvide aspecto romántico alguno porque dicha elección se produjo por mero interés político ) y que dicho matrimonio sea el más conveniente para el reino de Castilla. Isabel no quiso ser reina a toda costa, si así lo hubiese querido hubiera retomado la liga nobiliaria que se rebeló contra el rey y recogido el testigo de su difunto hermano, pero su intención era pacificar el reino y para ello reconoció a su hermano como legítimo rey de Castilla y buscó, ya como Princesa de Asturias, el mejor candidato posible y de todos los propuestos no cabe duda alguna hoy, más de quinientos años después que la elección de Isabel fue, sin duda alguna, la más acertada.

         Como dije al principio de este capítulo, los contrayentes estaban ya en Valladolid, el rey era conocedor ya de la elección de Isabel, quedaba sólo oficiar los esponsales…..y un último aspecto, la Bula Papal, pues Isabel y Fernando eran primos………

 

 

 

         Escrito en Aranjuez a 25 de Mayo de 2025

         Miguel Ángel Rodríguez Planas.

 

 

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